lunes, 17 de diciembre de 2007

Hasta que la muerte los separe

1) Fui a una boda ayer domingo. Una amiga de la infancia de mi novia se casó con el galán de toda su vida. Acompañé a Arlen hasta el Valle de la Laguna de Apoyo, en Masaya, a 40 kilómetros de Managua. Al principio no me parecía la idea; aborrezco las bodas porque me parecen innecesarias. Pero bueno, no estuvo tan mal todo. Creo que la compañía que tengás a tu lado hace digerible las cosas que desgradan y si a eso le añadimos otros factores, las cosas cambian. ¿A qué me refiero? Pues no sabíamos cómo llegar hasta el lugar, tuvimos que dormir en Masaya, aguantar a un montón de gente que en nuestras vidas hemos visto y sobre todo, buscar cómo regresar. Pero sobrevivimos y no estuvo tan mal. Ahora me río de la lluvia que amenazó la boda y la celebración, del pastor evangélico que usó un saco viejo y llevaba una cucharacha en la espalda, de las damas de honor regordetas y de los cálculos que hicimos sobre cuánta tela se uso para vestirlas a todas de trajes color verde menta. Sostengo que unas cuantas cervezas hubiera hecho más divertida la fiesta pero todos los invitados, salvo Arlen y yo, son evangélicos. Ni modo, para otra nos emborracharemos.

2) Pensar en matrimonio es algo que aún no concibo para mi vida. Hace cuatro años terminé con una novia porque ella y su familia querían casarnos y yo me resistía. Creo que esa ceremonia la divido en dos partes. La primera, de orden eclesiástico y la segunda, de carácter social. En cuanto a la primera, es cierto que el matrimonio es uno de los sacramentos fundamentales de la fe católica pero creo que lo primordial de la unión es el compromiso mismo de la pareja y el amor. Eso no lo garantiza un cura; lo garantiza la pareja misma. Por eso mismo, cuestiono mucho la parte eclesiástica. Ningún cura garantiza con su bendición que el matrimonio se disuelva hasta que la muerte los separe. Muchos matrimonios fracasan porque el compromiso y el amor de la pareja se diluye por distintas razones que no vienen al caso. Lo segundo es lo que del todo no me gusta. Hoy en día, las parejas se casan con pompa para impresionar, para dejar boquiabiertos a todos los presentes y se gastan millonadas de plata en ello. Creo que la ocasión puede justificarse únicamente para la familia pero para impresionar a amigos, vecinos y compañeros de trabajo, no me parece. He conocido muchas parejas que cuando están conscientes que no pueden seguir adelante y saben que no queda otra vía más que la separación, les cuesta dar este paso porque piensan en toda esa inversión y toda la pompa de cara a la sociedad, piensan que cómo es posible que la gente los vea separarse si celebraron el matrimonio a lo grande. Absurdo, absurdo.

3) Matrimonio e hijos es algo que aún no está en la agenda. Aunque admito que más lo segundo. Me gustaría una hija, una única hija, y la llamaría Milán. Es lo único que tengo pensado. Nada más en este aspecto.

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