miércoles, 22 de julio de 2009

La Lila

Lila era una prima de mi mamá que falleció hace 20 años. Con el tiempo, su figura y legado adquirió características míticas. Mi mamá cuenta que era una mujer que nació pobre y murió paupérrima. Pero vivió con dignidad y nunca le tuvo miedo al trabajo. Razones como esa la ennaltecieron durante toda su vida y más allá. Mi mamá también cuenta que siempre fue servicial y humilde. En fin, una prototípica mujer de la época -y quizá del presente- Abnegada, trabajadora, sencilla y decidida. Pero tuvo muchos hijos e hijas que no siguieron sus pasos. Ahora viven hasta el cuello entre sus miserias y se olvidaron del legado de su madre. Dados a la bebida, al juego y al vivir hacinados en la misma casa dónde su madre los parió, todos esperando a que salgan poco a poco hasta que el último se quede con la casa, ¡sin mayores sacrificios ni esfuerzos! Mi mamá dice que su prima murió de cáncer cérvico-uterino. Pocos días después de parida, la mujer tomaba su carretón y se iba a trabajar. Muchos creen que quizá por eso, entre otras condiciones, se enfermó y murió poco antes de los 50 años. A veces en broma, a veces en serio, mi mamá juega el papel de la tía Lila. Se porta servicial con sus hijos y luego ironiza, "Aquí está la Lila". Otras veces, cuando se harta de contemplarnos, advierte que la "La Lila" está a punto de irse o morirse. Eso significa que no habrá más atenciones. Por eso la abnegada tía se volvió mítica. Representa la voluntad materna de sacar adelante a las crías aunque estas mal paguen. Representa también el trabajo digno, la fuerza y ganas de seguir adelante con la frente en alto. ¿Cuántas así no habrán? Tan alegre como triste es decir que hay muchas madres así, que hay muchas Lilas. Pero únicamente es triste decir que también hay hijos e hijas ingratas.

martes, 21 de julio de 2009

Cabalgata sobre el mar


He viajado en lancha sobre ríos y por el Golfo de Fonseca, pero nunca sobre mar abierto y picado. Fueron dos horas de galope intenso sobre olas que no daban tregua a mi espalda. Fue un trajín en que mi pulso no tuvo descanso porque entre el miedo a darnos vuelta ante el fuerte viento y las bravas olas, y el dolor en mi trasero y mi espalda, más el salitre quemándome el pellejo, no había espacio para respirar. Arrancamos desde Bilwi hasta Nina Yari, una comunidad miskita a "1.45 minutos" de la cabecera municipal (los miskitos solo tienen como referente el tiempo, no la distancia, así que les debo el kilometraje recorrido) La misión inicia tratando de romper el oleaje y el viento, para luego encontrar una ruta entre las olas que permita avanzar a cierta velocidad sin darnos vuelta. Prácticamente se viaja saltando de ola en ola, y si se cae en una vacío, agárranse, sentirán el cerebro rebotando en las paredes del cráneo. Pero las olas son traicioneras y no necesariamente viajan en la misma dirección. De repente encontramos una perpendicular que una vez identificada por el motorista, éste sabe como capearla, rodearla o simplemente, atravesarla. Julio y agosto son los peores meses; marzo y abril, los mejores porque dicen que el mar parece una pista de patinaje. Me sorprendía mucho ver cómo los miskitos viajaban con toda tranquilidad, erguidos sobre los asientos y sin sostenerse ni agarrarse de nada. Es un equilibrio fantástico, mientras yo tenía que ponerme en posición fetal a cada rato, según yo, para amortiguar mejor el golpe y evitar que el viento me echara hacia atrás o a los lados. No sé nadar y ese detalle, a veces me ponía nervioso, sobre todo ante la cantidad de anécdotas de pangas y lanchas que se dan vuelta en estos meses, y sobre miskitos y pescadores que aparecen flotando millas lejos de donde salieron. Sí, por suerte aparecen flotando vivos dos o tres días después, con la cara y labios enllagados de tanto sol. Pero tampoco temí no regresar, después de todo, las leyes de la física dicen que mi cuerpo iba en reposo así que podía sobrevivir para escribir este blog, ¿o no? Solamente pensaba en cosas cómo "¡qué horrible este viaje"!, "no recuerdo otro similar", "cuánto me duele el trasero". Antes de ello, sólo recuerdo lo molesto que fue viajar por el río Coco durante día y medio, sentado sin poder moverme más que para rascarme la nariz. ¿Querían fotos? Imposible. Intentarlo es una locura, sobre todo porque mis manos debían sujetarme en lugar de tomar fotos tras fotos como turista japonés. Será para otra, tal vez en la próxima me toque deslizarme sobre la pista de patinaje en lugar de montar sobre el lomo de la lancha y cabalgar sobre el mar picado.

miércoles, 8 de julio de 2009

El buen nicaragüense

Cuesta creerlo pero en Nicaragua hay muchos nicas que no conocen la Costa Atlántica. Para muchos, sólo el nombre significa huracanes, trasiego de droga y pobreza. Es cierto, lo hay, pero no sólo se trata de eso. Tampoco los culpo, viajar hasta acá requiere una buena inversión porque sólo trasladarse resulta caro ya que no hay transporte más seguro que el aéreo y aunque resulte atractivo, interesante y hasta aventurero, viajar por tierra tampoco es barato. He sido de los pocos que ha viajado con mucha frecuencia en mis tiempos de periodista, tanto así que hubo un tiempo que sólo a mí me consideraban para misiones por lo familiarizado que me encuentro con la zona. Pero siempre he sostenido que cualquiera debe, al menos una vez en su vida, visitar al menos un municipio o comunidad de la Costa Atlántica para considerarse un buen nicaragüense. No sólo se trata de turismo o aventuras. No es que no sea un buen propósito pero también hay que viajar con algo de conciencia, primordialmente, para conocer otra cara de nuestar país, valorar lo que tenemos y reconocer el esfuerzo que los habitantes de este lado realizan día a día para sobrevivir en la región que concentra el 70 por ciento de los recursos naturales pero que alberga al 50 por ciento de la población que vive bajo la pobreza extrema. Al menos yo me siento orgulloso de los lugares que he conocido y me gustaría todavía conocer muchos más que están en lista de espera. Mi mayor y mejor experiencia fue haber vivido 20 días en una comunidad mískita de 700 habitantes, ubicada a 750 kilómetros de mi casa y a día y medio de viaje. Pero como dije anteriormente, me faltan muchos lugares más por conocer, porque la Costa Atlántica es tan vasta que creo que me tomaría toda la vida en hacerlo. Pero ahí vamos, en ese intento, como todo buen nicaragüense debería considerarlo.

viernes, 3 de julio de 2009

Más por menos

La filosofía del "más por menos" en los medios de comunicación se resume de esta manera: hacé todo lo que podás con lo menos que dispongás. Esta máxima se aplica siempre que se asigna una misión fuera del país o bien, en el interior del país, cuando los casos ameritan trasladarse hasta el lugar de los hechos sin intermediar con los corresponsales. Pero aquí es cuando el sacrificio se torna en humillación. Salir fuera de Managua equivalía a recibir unos cuantos pesos en carácter de viáticos y regresar con toneladas de reportajes y notas informativas. Los jefes, que una vez fueron periodistas y sufrieron de igual manera, ahora padecen de amnesia y defienden la filosofía del "más por menos" impuesta desde la gerencia. La última vez que salí fuera de Managua como periodista, tuvimos que alquilar un cuarto de hospedaje para tres personas, en un lugar que no tenía agua potable disponible, sólo la de varios barriles apilados y llenos de agua helada recogida hace varios días. Cenamos y desayunamos en el mercado municipal porque los viáticos de comida no eran suficientes. ¡Y había que mandar mucho material a toda hora! Todo esto se me vino a la cabeza mientras hacía un presupuesto de viaje, ahora desde otra acera. Este es directamente proporcional a la filosofía del "más por menos". Esta es "más por más", quiere decir que tenemos que considerar todos los detalles posibles, considerar lo indispensable también y no tener porque dormir en una pocilga si podés pagar algo mejor. Claro, tampoco hay que pedir milagros y ni menos creer que se tiene plata para ello, pero ahora la palabra "sacrificio" recuperó su noble sentido y el trabajo no equivale a "esclavitud". No espero que la filosofía del "más por menos" desaparezca, el problema es que las circunstancias la obligan a cambiar para peor. Pero de momento me regocija saber que conozco la diferencia entre una cosa y la otra.

viernes, 26 de junio de 2009

El mismo lugar

¿Alguna vez notaron que durante las clases, ya sea de la Secundaria o Universidad, siempre se sentaban en el mismo lugar, o al menos, la mayor parte del tiempo? No pensé en esto hasta que noté que no sólo era una práctica común local si que trascendía las fronteras. Es un hecho que mientras pasamos en la misma aula de clases, a cualquier edad y en cualquier sistema educativo, siempre optamos por sentarnos en el mismo lugar. Y ese lugar también nos identificaba. Por ejemplo, los que se sentaban atrás, eran los indisciplinados, los que no ponían atención, la pesadilla del profesor, los que molestaban a los que se sentaban adelante. Los de en medio, como todo en la vida, son los que tienen un pie aquí y otro allá. Niños aplicados con ganas de chismear y molestar de vez en cuando. Y los de adelante, los muchachos estudiosos que siempre sacaban buenas notas y comprendían todo lo que decía el profesor. Yo pensé que eso era parte de una etapa, la niñez y la adolescencia. Pero de adultos también pasa. Cuando hice mi posgrado, le compartí esto a una compañera de clases de al lado, que también se sentó siempre a mi diestra. Y nos pusimos a reír. Dos años después, mientras realizaba una pasantía en España, sucedió lo mismo. Se lo comenté al compañero mexicano que siempre se sentó también a mi diestra. Definitivamente el ser humano no pierde el instinto animal de la territorialidad. Ese lugar, ese mismo lugar en el que te sentás, debe oler a uno mismo, debe ser como uno mismo, debe tener tu marca personal. Dicen que el Che Guevera dijo una vez a sus compañeros, que también tenían el mismo problema de sentarse en el mismo lugar todo el tiempo, que cómo carajos pensaban cambiar al mundo si no eran capaces de cambiar de silla. Tal vez tenía razón, tal vez no.

lunes, 15 de junio de 2009

"Estimado cliente..."


Cada vez que pensaba en cambiar de teléfono, luego de pensar en el precio, se me venía a la cabeza era la aburrida tarea de pasar todos tus contactos telefónicos al nuevo aparato. ¡Me daba una completa güeva! Luego pensaba en esa misma güeva si alguien me lo robaba o lo dejaba tirado en algún lugar. Pero después de esos dos factores, nunca consideré otro que me provocara tanta pereza mental. Y sucedió, cambié de número y de aparato, y fue igualmente de traumático. Sucede que el número que ahora poseo, estuvo asignado a otra persona, una que ahora me cuentan que tenía la vida empeñada junto con la de sus hijos, a cada banco del país. Los bancos no saben que el esquivo deudor dio un número no propio si no asignado y que ese número ahora me pertenecen. Así que a los pocos días de estrenarlo -y luego de pasar todos mis contactos al teléfono- recibí la llamada de una señorita: "Estimado cliente X le invitamos a pasar por el banco a poner su situación al día". Luego fue un joven, luego otra señorita, luego otro muchacho, y así sucesivamente, durante un mes y medio quizás. Como el señor X no acudió al llamado -y según me contaron, el tipo está hasta el cuello- el banco comenzó a mandar mensajes automáticos. En una primera etapa, eran durante el día. Luego, eran por la madrugada -recibí varias llamadas después de la medianoche- Y finalmente, intentaron "persuadirme" con un tipo malo que echaba mil verbos -irresponsable, deudor, mala-paga-. Como no era para mí, me ponía a pelear con el tipo e insultarle a su madre. Pero de un tiempo para acá, han parado. Ahora me doy cuenta que todas las llamadas de la madrugada era una campaña diseñada por los bancos para cobrar y que fue sancionada por la Superintendencia de Bancos. ¡Malditos bancos y malditos endeudados! Sólo me falta saber si el pendejo que se hace el malo es parte de esa campaña. De todas formas, ¡malditos bancos, malditos endeudados y malditos tipos que se hacen los malos!

miércoles, 10 de junio de 2009

Nadie quiere ser héroe

El día de la vela de mi abuela materna, mi hermano Erick y yo pasábamos el tiempo hablando de cualquier paja mientras las viejas del barrio rezaban por el descanso de la señora. Como estas viejas se han quedado cuidando a sus nietos, también habitantes del barrio, tuvieron que llevarlos a la vela. Eran como 6 ú 8 chavalos y chavalas, correteando por toda la casa. Su infancia no les permitía conservar la calma ni comprender qué estaba pasando, así que se dedicaron a jugar por toda la casa, amplia por cierto. Y pasaban en manada cerca de nosotros. El bullicio interrumpía la conversación así que en una ocasión en que pasó el molote de chavalos, me quedé en silencio y los oí decir que jugarían a los "ladrones y policías". Curiosamente ninguno quiso ser el "policía" -y esto de acuerdo, les paga mal y son mal vistos por toda la sociedad- pero todos quisieron ser ladrones, lo que me llevó a hacer el chiste con mi hermano, de que ese era el reflejo de las aspiraciones de todos esos chavalos de barriada. Luego de las carcajadas caí en la reflexión. ¡Es cierto, nadie quiere ser héroe! Parece que en su subconsciente están claros que en esta sociedad perdida en antivalores es más fácil seguir el camino corto y sin obstáculos, que el largo y sinuoso. ¡Qué tristeza! Pero bueno, no los culpo, ni sus padres o madres quisieron serlo, ni nadie más en esta sociedad quiere serlo tampoco.

viernes, 5 de junio de 2009

Un día con mi nombre

Tener un nombre raro como el mío, tiene su lado negativo. Durante mi infancia me aguanté toda clase de apodos. Maduré y crecí sin siquiera pensar en cambiarlo. Pero también tiene su lado cómico y de ello, voy a hablarles. Desde que trabajo, hace diez años, el teléfono es una herramienta más, necesaria por cierto, pero un tremendo obstáculo para mí, quien tiene que dar su nombre. He aquí un ejemplo

-Buenos días, le habla Olmedo Morales
-Buenos días, ¿quién me dijo que llama?, ¿Homero?
-No, Olmedo
-¿Alfredo?
-No, Olmedo Morales
-¿Godofredo Morales?
-Mejor se lo deletreo

Así, he pasado de llamarme Olmedo a Alfredo, Homero, Ulmedo, Almedo, Alfredo, Godofredo, Almero, Romero, Ufredo, Romedo. Es molesto al principio, no lo niego, pero con el tiempo, ha comenzado a causarme gracia. También es molesto para los demás, no lo dudo. A veces, hasta vergonzoso no saber cómo llamarme. Por ejemplo, la señora afanadora que trabaja en la agencia, siempre me ofrece un cafecito, mas nunca me llama por mi nombre. La razón es sencilla, no lo conoce, no se lo aprende o no sabe decirlo.

-Don (puntos suspensivos largos, como pensando, "¿Cómo puta se llama este pendejo'")
-Ajá....
-¿Le hago un cafecito?
-Sí, por favor doña Clara
-Gracias, don.....

A pesar de ello, insisto, nunca he querido quitarme el nombre. Sí he pensado en borrar el primero (ahora pensarás, "por favor Señor, no lo castigues tanto, que el primer nombre no sea peor que el segundo") Mi primer nombre es José. ¿Cuántos Josés has conocido durante tu vida? Miles, seguramente. ¿Y Olmedos? Sólo yo. Esa es la razón. Soy único.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Singing in the rain


Ese es el nombre de una película musical cincuentona, clásica. Me pareció un título apropiado para lo que me pasó el viernes. El viernes conocí una variante más de "quedarse atrapado" en la lluvia. Es una versión más claustrofóbica. Fui a traer a mi novia a sus clases de inglés y al salir, cuando tomamos el taxi de regreso, se vino la lluvia. Fue la primera, la oficial primera lluvia sobre la capital y por tanto, lo más próximo al diluvio. Antes ya me había quedado atrapado bajo un techo esperando a que pase la lluvia, en alguna casa o lugar ajeno, en el trabajo, en la escuela. Pero nunca en un taxi. Sucede que el conductor, en una clara muestra de ignorancia o simplemente de atrevimiento, se le ocurrió pasar por las calles aledañas a los cauces, que, a causa de la lluvia, se desbordan trayendo consigo basura, lodo y por supuesto, agua en cantidades navegables. Sí, navegables, porque al pedazo de vehículo que tuvimos la mala suerte de abordar, es de aquellos cuyo motor no resiste el menor contacto del agua y entonces, se apaga. Este se apagó en media correntada. Desde la ventana no veíamos absolutamente nada, solo la oscuridad y de vez en cuando, gracias a la rayería que caía, podíamos distinguir que estábamos flotando en medio de la nada, porque ni las cunetas se veían. Al principio, suena gracioso. Hicimos bromas, miramos a la gente correr para resguardarse. Luego no veíamos nada, sólo veíamos la luz del rayo acompañada del estruendo. Ahí pararon las bromas, sobre todo porque nos dimos cuenta que el vehículo no estaba circulando por la fuerza de su motor, si no por la fuerza del agua que lo arrastraba. El conductor nunca pronunció una sola palabra. Tenía miedo de la puteada, seguramente. Peor fue sentir que teníamos el agua en los talones y que el culo ya lo tenía mojado porque el agua entró también por la valijera. Tras recorrer flotando como 10 cuadras de correntadas, el conductor pudo girar hacia le derecha, buscando zonas más altas. El carro apenas encendía. El trayecto hacia la casa fue de una hora y no nos reíamos, sólo pensábamos que el perro había quedado afuera en el patio y que posiblemente la potencia de la lluvia triplicó los chorros que caen dentro de la casa gracias a las goteras. Al final, el pobre hombre no pudo encender más el carro y tuvimos que bajarnos en medio de la lluvia para tomar otro taxi. ¡Qué viaje ese! En fin, como dije al principio, otra manera de decir que quedamos atrapados bajo la lluvia. ¡Y les aseguro que no estábamos cantando!

jueves, 14 de mayo de 2009

Pro y contras de un cambio de trabajo


Casi siempre que le cuento a mis amistades y ex compañeros periodistas que me cambié de "acera" profesional, algunos preguntan si extraño andar de corre-corre en las salas de redacción y otros, inmediatamente, sin mediar argumentos, afirman que fue la mejor opción. Sin embargo, la contradicción entra cuando todos, sin lugar a dudas, repudian o critican el tipo de trabajo que hago, que es asesorar en materia de relaciones públicas. Todo se origina en el hecho de que el gran porcentaje de mi trabajo, en términos artesanales, significa posesionar un mensaje o idea del cliente que represento. Esto es lo que no les alegra a la mayoría de mis ex compañeros, quienes siempre quieren llevar el sartén por el mango y no aceptar recetas. "Debe ser duro tratar de convencer a la gente de lo que se quiere decir", dijo un profesor de prensa escrita que encontré en Metrocentro mientras almorzaba ahí con mi novia que también saltó de la calle a una oficina de relaciones públicas. Sí, es difícil cuando los periodistas no quieren que les den la comida en la boca. Quieren tomar el plato y preguntar sobre los ingredientes. Y no es malo que lo hagan, pero tampoco deben suponer que soy un idiota que quiere meterles pasto para vacas en lugar de un suculento bistec encebollado. En fin, trabajar desde la otra acera, significa en parte, perderme del mundo de la "farándula", es decir, todas esas cosas que saben los periodistas pero que no publican por diversas razones. Si estos detalles salieran publicados, les digo con toda honestidad, la grive porcina sería un ubicada en la página de entretenimiento, junto al horóscopo. Pero en ése mundo de la "farándula" están los mismos periodistas y ahí se pierde privacidad. Ese es un punto a favor de mi cambio de rutina laboral. Y ahora les digo el mejor de todos. ¡Tengo un horario de trabajo humano y digno!, Sí, porque el periodista se vuelve esclavo de su propio trabajo, no almuerza a la hora que le corresponde, no sale de su oficina a la hora que debe, no tiene contacto humano más que con sus compañeros de trabajo, quienes al igual que él, sufren todo lo anterior. Y si a esto le añadimos la crisis económica, los embates de la política local, los jefes elevados hasta el Olimpo que ya olvidaron lo que era andar en la calle... no, por favor, ¿no es ya difícil la vida de un periodista como para tener que pasar por eso también? Sí, la vida del periodista tiene su lado bohemio, intelectual y todo eso. Es bueno, interesante pero no basta ni satisface todas las necesidades de un ser humano. Es rico escribir una buena crónica, lograr una entrevista con alguien bastante complicado y excéntrico. Lo mejor es viajar hacia lugares donde pocos pueden llegar. Pero también el cuerpo se cansa y demanda un cambio ajustado a las demandas que también surgen al pasar de los años. Pero bueno, nadie tiene la razón absoluta en este tema. Solamente comparto lo que para mí fueron razones de un cambio justo y la búsqueda permanente de salir adelante.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Macho domado


Tuve una vecina que se reía de mí porque yo lavaba los utensilios de cocina y platos y vasos luego del almuerzo. También se reía porque hubo un tiempo en que diariamente y de manera disciplinada, limpiaba mi casa por las tardes mientras oía “El expreso imaginario”, mi programa radial favorito de música rock. Ella decía que esas eran “labores de mujer”. Mi hermana me defendía de los ataques pero yo no sólo me reía de esa expresión, sino del hecho que ella le lavaba los calzones a sus hermanos. Y les cocinaba, y les limpiaba la casa y hacía mandados caseros. La mezcla de necesidad, de apoyo, de supervivencia y de conciencia también hizo que todos mis hermanos y yo apoyáramos –y nos apoyáramos- a mi mamá de esta manera, quien tenía que trabajar para cuidar sola a sus cuatro hijos. Ese recuerdo me surge luego de repensar sobre el argumento de la película "The Full Monty", donde los pobres hombres protagonistas no sólo pierden sus trabajos -y parte de su masculinidad porque recordemos que son obreros y llevan el sustento a sus esposas mujeres amas de casa- si no que también pierden su macho-dignidad cuando sus esposas, que tuvieron que buscar trabajo para sobrevivir, gastan uno que otro centavo extra en visitar clubes de stripears. La verdad es que no siento ningún rubor ni siento que pierda mi macho-dignidad por reconocer que mi novia, por ejemplo, se encarga de la fontanería de su casa mientras yo le cocino algo -dentro de lo poco que puedo hacer- o simplemente le ayudo con la limpieza de la casa. "Yo soy el hombre de la casa", me dice o comenta entre nuestras amistades en común. Yo me sigo riendo como me reí antes, salvo que este no es un comentario que busque denigrarme. Si "eso" significa ser el "hombre de la casa", pues me seguiré apuntando a esa modalidad. Mucho ojo, esto no quiere decir que no tengo resistencias en algunos casos, pero tampoco estoy cerrado a todo. Al menos lo intento. Es cierto que después de tres mil años aun no reseteamos el disco duro de que en la práctica no existen diferentes entre hombre o mujer, pero también es cierto que pequeñas prácticas como esa marcan poco a poco la diferencia. Así la gota cala a la piedra al cabo de tanto tiempo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Lo que creamos y lo que creemos


¿Cuánto de verdad tiene la actual crisis económica? Ok, dicen que los Estados pecaron de flojos con las empresas privadas de carácter financiero y que éstas pecaron de golosas. Lo creo, porque desde hace rato la supuesta riqueza que se derramaría de la copa como espuma de champaña, jamás sucedió ni lo hará. Los ricachones se bebieron la champaña, la espuma y la copa. Pero, ¿realmente podemos sobreponernos a eso? Yo creo que sí. Estaba en España cuando salió el famoso Nintendo Wii. Para los amantes de los videojuegos, era la última moda. Para mí, otro cachivache más. Pero recuerdo las infinitas filas de personas que llegaron hasta la comercial calle de Preciados con tres o cuatro días de anticipación, ¡sólo para ser los primeros en comprar el dichoso aparato! Está bien, recrearse es un derecho humano y lo respeto, pero, ¿hacer fila por tres días, dormir a la intemperie sólo para comprar un aparato de 400 euros? No lo creo. Eso miré desde el principio en España, el alto consumo de cosas sin sentido. Ropas caras, videojuegos, CDs, zapatos, prendas. Recuerdo que los ecos de la crisis económica comenzaron en países como España. Es decir, ya sabían que al entrar de lleno, no habrían más domingos de shopping. Y en efecto, son los países que ahora más lo resienten. Yo creo que podemos caminar sin lastimar nuestros pies con un par de zapatos de 200 pesos y no gastar 80 dólares en otro par. Yo creo que podemos aplicar esa fórmula a la ropa, a la comida. Utilizar sólo lo que realmente necesitamos, gastar sólo lo que devengamos y no codiciar lo que no nos resulta útil. Creo que es sencillo.

jueves, 7 de mayo de 2009

Temporada de Looney Tunes


No recuerdo una tarde infantil sin los Looney Tunes. Creo que de todas las caricaturas televisadas de mi infancia, estos son los únicos cuyos capítulos puedo recordar con exactitud y que aún atrapan mi atención si logro encontrarlos en la TV. ¡Póngame a prueba! Ayer hacía un recuento de todas las caricaturas que me encontré en la TV durante los primeros 15 años de mi vida y cómo hubo un punto de inflexión en ese curso que me separó de esa práctica -la cambié por oír toda la música rara que podía encontrarme en la radio- que impidió que me pusiera al día a medida que las nuevas caricaturas despuntaban y atrapaban a nuevos fanáticos. Pero nunca me separé de los Looney Tunes. A manera de confesión, todavía el año pasado le seguía la pista en el Cartoon Network pero por razones del inevitable trabajo, la perdí. Y mis hermanos son parte de esta fascinación. Compartimos anécdotas, recordamos capítulos y situaciones, personajes y de repente comparamos las circunstancias y hechos reales con eventos ocurridos en capítulos. A manera de ejemplo, cada vez que alguno de nosotros, por alguna razón escapa de caerse de su propia silla, asociamos ese hecho a aquel capítulo en que el Pato Lucas le corta los balancines a la silla mecedora de Porky sólo para provocarle un accidente y convencerlo que debe comprar un seguro de vida. ¡Y cada vez que utilizamos el ejemplo nos reímos como tontos! Otro día, con ganas de hacer mofa de mi hermano menor-quien es panzón y más alto que yo- le llame Wilbur. Pensé que no habría efecto pero casi se desmaya de la risa. Se acordó del nombre y su significado. Trato de pensar qué tienen esos carajos que lo hacen tan atractivo. En realidad, no lo sé. Quizá los chistes bastante crueles que entendí hasta que crecí -de pequeño solamente me reía por instinto-. En realidad, eran chistes para adultos y eso mantuvo mi interés al pasar los años. Quizá la enorme cantidad de personajes y cuyas características crean infinitas posibilidades de eventos cómicos para reventar de la risa. O tal vez es el hecho que un programa como ese podía unirnos más a mis hermanos y a mí en medio de nuestras limitaciones. Sin ánimos de equivocarme, no creo que haya tira animada con más personajes que los Looney Tunes. Y aunque Los Simpsons sean un común denominador para las personas de mi generación, les aseguro que los Looney Tunes guardan un valor sentimental-familiar mucho mayor y fuerte que el de Los Simpsons.

jueves, 30 de abril de 2009

¡Pobres besos!


Sin ánimos de menospreciar las vidas que se han perdido a causa de la desatada epidemia de la fiebre porcina, otras cosas se han perdido temporalmente que es casi seguro que todos lamentaremos. Los besos en las mejillas. Sí, ese hábito culturalmente recurrente para muchos latinoamericanos de inclinarse para besar una mejilla -sin ningún interés de caracter lascivo, por supuesto- es tan delicioso y propio que al menos yo, lamento que tengamos que prescindir de ello mientras pasa la epidemia -y sí sobrevivimos a ella ja ja ja. Es tanta la elocuencia, la frecuencia y elegancia incluso, de darse un beso en la mejilla que tenemos los latinoamericanos -unos más que otros por supuesto- que más de una vez me preguntaron cuando estuve en España por qué carajos le dabas hasta tres veces al día un beso en la mejilla a alguien que ya conocés. Es cierto, pensé en ese tiempo, cada vez que vemos al día a alguien que ya es familiar para nosotros, corremos al beso y al abrazo; o al beso y al apretón de manos en su versión más sencilla. ¡Pero es inevitable! Nuestra herencia genética conserva tanta efervescencia y pasión que es imposible pasar por alto un sencillo beso en la mejilla. Pero bueno, mientras pase la emergencia tendremos que abstenernos de ello y sólo dar besos virtuales o lanzarlos al viento con la esperanza de que llegue puntual y en el blanco, a la mejilla deseada.

lunes, 27 de abril de 2009

Cell-fashionista


La revolución tecnológica y la sociedad del consumo son temas que los conozco porque tendrán casi misma edad pero no por eso compartimos los mismos intereses. Hay tantos "chunches" vistos, bonitos y caros que se suponen hacen tu vida más fácil y que además, suponen también, que por eso, todo mundo debe tener uno y actualizarlo en cuanto sea posible. Aquí caben los teléfonos celulares (o los móviles, como gusten). El mercado ahora oferta aparatos que pueden hacer mil cosas, casi que hablar, pero que cuestan un ojo de la cara. Como aparatos disponibles, hay personas dispuestas a gastar plata cuando surge el "nuevo modelo". Pero yo no calzo en ese segmento. Yo aún me conformo con poder hacer una llamada cuando lo necesito o recibirla cuando también lo amerite el caso. Está bien, los mensajes de texto son útiles y abaratan los costos de una llamada. Denle pues, los muñequitos para adornar mensajes son bonitos, cargar la foto de tu novia o novio está bien también; y uno que otro jueguito para matar el tiempo. Pero creo que todavía tengo memoria suficiente como para no depender de la agenda electrónica; creo que aun recuerdo la secuencia numérica del calendario y creo que aún me gusta oír música a todo volumen y en CD antes de cargar con toda la fonoteca personal en un aparato que no pesa ni trigésima parte de una libra. Creo que todo es más sencillo cuando no estamos pendientes del aparato de última moda, nuestra sanidad mental se preserva intacta para cuando tengamos trabajos horribles o hijos malcriados, pero desesperarme porque no tengo un teléfono que casi camina por su cuenta, es innecesario. Definitivamente, son preferibles las conversaciones cara a cara, las fotografías en papel impreso que justifiquen la existencia de un álbum familiar o disfrutar de la música en la sala de tu casa o tu propio cuarto. Los otros usos que tengan esos suntuosos aparatos, no los sé, los desconozco, no me interesan.

martes, 21 de abril de 2009

Dormir despierto

Esa es una de los estados mentales y corporales que más detesto. Además de lo incómodo que resulta caminar por la calle con la sensación próxima de ser un zombi, es un llamado a que algo malo, cualquier cosa, te suceda. Hoy fue uno de esos días. Recién abordado el taxi, mis párpados comenzaron a caer y con ellos, me fui en el letargo. Sentía que perdía la audición y el equilibrio y a no ser por una pasajera que hizo la parada, me hubiera dormido profundamente. Como la pasajara no llevaba mi misma ruta, arrancamos de nuevo. Según yo, para amortiguar el potente deseo de dormir, me acomodé los audífonos de mi Ipod y comencé a escuchar música. La canción era "Layin' is the most fun a girl can have without taking her clothes off", de Panic! At the Disco. Por si no lo saben, el título de la canción es una línea entera de un diálogo que sostiene el personaje de Natalie Portman con el de Clive Owen, en la película "Closer". Al pasar unos cuantos segundos de la canción y tras comenzar a pensar en la película -porque me gusta mucho- me dormí, sin dejar de oír la canción. También comencé a soñar. Ligué la película, con la actriz, la actriz con una stripper, a la stripper con el recuerdo vago de cuándo llevamos a un periodista español ex editor del Diario Hoy a un cuchitril famoso por la mala vida que dentro de él pulula, y así sucesivamente. Pasaron 5 minutos pero yo sentí que dormí una hora. Desperté nuevamente ante el vaivén de un embotellamiento. Pero al rato caí nuevamente. Esta vez sentí que casi me desnuco cuando violentamente mi cabeza se hizo hacia atrás. Dejé el Ipod y me concentré en la radio que llevaba encendida el conductor. También me hipnotizó y creo que sobreviví al embotellamiento dormido. Y luego llegué al trabajo, finalmente. Y de inmediato, tuve que recurrir a la taza de humeante café para, al menos, permanecer de pie pero lejos de este mundo, por una hora. ¡Qué horrible es no poder dormir plácidamente por las noches!

jueves, 16 de abril de 2009

De sueños, conciencia y pelos largos


Al menos una vez al mes, sueño que me miro al espejo y tengo aún el pelo largo. Usualmente, lo tengo suelto y a la altura de los hombros. Desde que me lo corté hace ocho años (pasé por la peluquería aquella nefasta mañana del 11 de septiembre del 2001) tengo este sueño recurrente. Y he buscado la explicación, tanto en la literatura seria como en aquellas persona que gustan de estos temas y los ven con algo de magia. Pero nadie me ha respondido. Lo más cerca que he estado de satisfacer mi curiosidad, ha sido leyendo uno de esos sitios de internet que dicen ser diseñados por especialistas en astrología y demás falsas ciencias. Supuestamente, el sitio decía que mirarse al espejo, en cualquier circunstancia, significa poner en práctica la autobservación. Ese término que suena tan sencillo, es una técnica de evaluación con fines terapéuticos. ¡Uff, demasiado para un pinche y triste sueño! Sin embargo, me hizo pensar un poco. ¿Acaso querrá decir el sueño que estoy a punto de cometer una cagada y que por eso, debo reflexionar más al respecto antes de hacer algo, tomar una decisión o algo así?, ¿O ya la hice y mi Pepe Grillo me está diciendo que debo retractarme o disculparme o hacer algo para resarcir cualquier efecto negativo? Asumí esta explicación y desde entonces, trato de dedicarle un poco más de tiempo al contexto personal al momento de tener este sueño. ¡Gracias Freud por enseñarnos a entender los sueños!

martes, 14 de abril de 2009

Hambre de lectura


Tenía un buen rato sin hacer una parada en una librería. El motivo de visitar a ésta era sencillo, buscar y comprar un libro que me ofrecí a otorgar a manera de regalo. Y dicho libro, se encontraba en una sola librería en Managua, una que está muy de moda pero que hasta ese día no sabía por qué motivo. La razón es sencilla, tiene un buen catálogo de libros de todo tipo a precios realmente accesibles. Lo de accesibles es lo que me hizo escribir esto. El mentado libro se encontraba en otra sucursal de la librería así que esperé unos buenos 15 minutos dentro del local, suficientes para urgar los estantes rápidamente. Comprobé que los costos de los títulos son buenos, si consideramos que comprar un libro en Nicaragua es un lujo. Para hablar en términos más universales, libros de literatura oscilan entre los 10 y 20 dólares (otra librería famosa en Managua que ostentaba el título de la mejor, ofrece títulos promedio en los 30 dólares). Y para que no crean que esto es un comercial, me reservo el nombre de la librería. Pero bueno, me alegré por ello. Mi miserable salario y mi hambre de lectura es algo diametralmente opuesto y a causa de ello, recurro constantemente a las ventas de libros usados, una opción razonable para saciar momentáneamente esa hambre. Ahora ya sé que de vez en cuando puedo visitar este oasis de papel. Pero a pesar de los módicos precios, llegué a la triste conclusión de que aún así, comprar un libro no es una prioridad en Nicaragua. La prioridad es la dieta básica, el "gallopinto", llevar el plato de comida a las bocas hambrientas que viven hacinadas en muchas casas. Sí, ese 75 por ciento de nicas que viven con un dólar al día y que padecen el hambre instintiva, la que sí obliga a gruñir a las tripas cuando se sienten solas. "Qué lástima", pensé. Y hasta me sentí mal, porque yo pensaba en comprar libros y otras miles de personas me lapidarían con tal de quitarme la plata que pensaba gastar en esos mundanos productos que no se mastican ni llenan al cuerpo de vitaminas y carbohidratos.