lunes, 27 de abril de 2009

Cell-fashionista


La revolución tecnológica y la sociedad del consumo son temas que los conozco porque tendrán casi misma edad pero no por eso compartimos los mismos intereses. Hay tantos "chunches" vistos, bonitos y caros que se suponen hacen tu vida más fácil y que además, suponen también, que por eso, todo mundo debe tener uno y actualizarlo en cuanto sea posible. Aquí caben los teléfonos celulares (o los móviles, como gusten). El mercado ahora oferta aparatos que pueden hacer mil cosas, casi que hablar, pero que cuestan un ojo de la cara. Como aparatos disponibles, hay personas dispuestas a gastar plata cuando surge el "nuevo modelo". Pero yo no calzo en ese segmento. Yo aún me conformo con poder hacer una llamada cuando lo necesito o recibirla cuando también lo amerite el caso. Está bien, los mensajes de texto son útiles y abaratan los costos de una llamada. Denle pues, los muñequitos para adornar mensajes son bonitos, cargar la foto de tu novia o novio está bien también; y uno que otro jueguito para matar el tiempo. Pero creo que todavía tengo memoria suficiente como para no depender de la agenda electrónica; creo que aun recuerdo la secuencia numérica del calendario y creo que aún me gusta oír música a todo volumen y en CD antes de cargar con toda la fonoteca personal en un aparato que no pesa ni trigésima parte de una libra. Creo que todo es más sencillo cuando no estamos pendientes del aparato de última moda, nuestra sanidad mental se preserva intacta para cuando tengamos trabajos horribles o hijos malcriados, pero desesperarme porque no tengo un teléfono que casi camina por su cuenta, es innecesario. Definitivamente, son preferibles las conversaciones cara a cara, las fotografías en papel impreso que justifiquen la existencia de un álbum familiar o disfrutar de la música en la sala de tu casa o tu propio cuarto. Los otros usos que tengan esos suntuosos aparatos, no los sé, los desconozco, no me interesan.

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