viernes, 5 de junio de 2009

Un día con mi nombre

Tener un nombre raro como el mío, tiene su lado negativo. Durante mi infancia me aguanté toda clase de apodos. Maduré y crecí sin siquiera pensar en cambiarlo. Pero también tiene su lado cómico y de ello, voy a hablarles. Desde que trabajo, hace diez años, el teléfono es una herramienta más, necesaria por cierto, pero un tremendo obstáculo para mí, quien tiene que dar su nombre. He aquí un ejemplo

-Buenos días, le habla Olmedo Morales
-Buenos días, ¿quién me dijo que llama?, ¿Homero?
-No, Olmedo
-¿Alfredo?
-No, Olmedo Morales
-¿Godofredo Morales?
-Mejor se lo deletreo

Así, he pasado de llamarme Olmedo a Alfredo, Homero, Ulmedo, Almedo, Alfredo, Godofredo, Almero, Romero, Ufredo, Romedo. Es molesto al principio, no lo niego, pero con el tiempo, ha comenzado a causarme gracia. También es molesto para los demás, no lo dudo. A veces, hasta vergonzoso no saber cómo llamarme. Por ejemplo, la señora afanadora que trabaja en la agencia, siempre me ofrece un cafecito, mas nunca me llama por mi nombre. La razón es sencilla, no lo conoce, no se lo aprende o no sabe decirlo.

-Don (puntos suspensivos largos, como pensando, "¿Cómo puta se llama este pendejo'")
-Ajá....
-¿Le hago un cafecito?
-Sí, por favor doña Clara
-Gracias, don.....

A pesar de ello, insisto, nunca he querido quitarme el nombre. Sí he pensado en borrar el primero (ahora pensarás, "por favor Señor, no lo castigues tanto, que el primer nombre no sea peor que el segundo") Mi primer nombre es José. ¿Cuántos Josés has conocido durante tu vida? Miles, seguramente. ¿Y Olmedos? Sólo yo. Esa es la razón. Soy único.

1 comentario:

Reggie dijo...

Tengo la solución para tu problema: Busca un trabajo en el Estado.....y te olvidás del asunto del nombre......pasarás a ser el Cro. Morales.

Saludos,

Tu mejor cuñada