viernes, 28 de marzo de 2008

Reconciliados


No sé cuándo me reconcilié con las cebollas. Este blog vino a mi mente mientras degustaba un filete de curvina bañado en rodajas de cebolla de todos los tamaños, teñidas con el rojo de los tomates. Atrás quedó el ceño fruncido y asco que dejaba en mi boca el comer estos vegetales. Con ello se fue el regaño maternal que me decía que todo aquello que está en un plato se come y que las cebollas son buenas, a pesar de mi aferrada idea de que daba mal aliento. No sé cuando comí por primera vez cebollas sin pensarlo, sin remordimientos o rechazo. Tampoco recuerdo cuándo comí por primera vez chiltomas sin renegar. Aún recuerdo cuando apartábamos (mis hermanos y yo) las cebollas y chiltomas a orillas del plato para no tropezar con ellas cuando recogíamos la comida con la cuchara. Pero el hábito fue heredado. Mi mamá, ahora hecha abuela, continúa su cruzada con mi único sobrino (aunque ya viene otro en camino, espero que sea "ella") y recita los mismos regaños y recomendaciones. "Se me come todo lo que le ponga en el plato", dice mientras le sirve a mi sobrino. Ahora sé que no puedo dejar de comer cebollas. Me gustan en todas sus formas de preparar y acompañando a cualquier comida. De lo que sí estoy seguro es que no será lo mismo nunca con el chile. Este sólo me gusta en pequeñas porciones, no para paralizarme los riñones.

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