jueves, 7 de febrero de 2008

Pequeños placeres

Los pequeños placeres son importantes, es algo que aprendí de Amélie Poulain. No tienen que ser complejos pero sí, bastante inusuales. Ayer experimenté uno de ellos, que casi lo había olvidado. Me metí al cine para ver una película malísima que no vale la pena citar. Pero éramos Arlen y yo los únicos en aquella sala de cine. Hasta aquí, todo bien. Pero sentarse en el extremo superior de una sala con 88 butacas desocupadas, con todo el espacio libre para alzar los pies, hablar, criticar en voz alta la mala película, conversar sobre cualquier otra cosa mientras pasa el tiempo y por supuesto, sentir ese vacío sano, esa sensación de amplitud anti claustrofóbica, ese sentimiento de soledad positiva (aunque no lo estaba realmente porque estaba acompañado) es rica. Y ya no digamos, agregarle el más importante de los ingredientes; una compañía perfecta con quien disfrutar en compañía esa soledad, esa absurda película y cualquier comentario crítico, cómico y tonto al respecto del cualquier cosa. ¡No tiene precio!

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